viernes, 5 de marzo de 2010

LA MANO DE FÁTIMA

Casi siempre por prejuicios -hay que reconocerlo- soy muy reacio a leer bestsellers. Cuando, por Navidad, me regalaron "La mano de Fátima", de Ildefonso Falcones, reconocí la portada como una de esas que se exponen en las estanterías de los hipermercados dentro del ranking de los más vendidos. Como es lógico, mostré mi agradecimiento a quienes me obsequiaron con él y, abriendo la primera página, leí: "Juviles, las Alpujarras, reino de Granada. Domingo, 12 de diciembre de 1568". Siendo -según Pedro Antonio de Alarcón- alpujarreño de nacimiento y sintiéndome vinculado a la comarca por motivos laborales, me picó la curiosidad y concedí inmediatamente al libro el beneficio de la duda. Temiendo una decepción posterior, revisé a vuelapluma los capítulos siguientes, todos encabezados con lugar y fecha como el referido anteriormente. Así me di cuenta de que el comienzo de la historia no era sólamente una introducción casual, sino que una parte muy importante de la trama del libro transcurre en lugares de la Alpujarra. Indagando un poco más, leyendo pequeños párrafos aquí y allá, tomé conciencia de que se trataba de una especie de crónica de la conocida como "guerra de los moriscos". Cautivado entonces por el tema, me puse a leer y el relato me tuvo enganchado hasta que, calculo que a finales de enero, acabé el libro.

Las capitulaciones de Granada pusieron fin al último reino musulmán en España, tomando la ciudad los Reyes Católicos el 2 de enero de 1492. Las capitulaciones eran, salvando las distancias, una especie de estatuto de autonomía para el reino que se incorporaba a la monarquía hispánica. Según éstas, se permitía a los habitantes del reino de Granada permanecer en sus casas y haciendas, conservar sus tradiciones, su lengua y su religión. Pero el afán unificador del reinado de Isabel y Fernando, espoleado por el fundamentalismo del cardenal Cisneros, pronto hicieron que las garantías dadas a los granadinos empezaran a incumplirse. Comenzó una política de asimilación religiosa y cultural de la población musulmana, con presiones económicas y sociales que dieron como resultado la conversión masiva -de puertas afuera- de la población. Se trata de los moriscos, los cristianos nuevos, según la terminología de la época.

La población morisca se convirtió formalmente al cristianismo, pero en privado siguió manteniendo sus costumbres y su fe islámica. En la Alpujarra, los moriscos -mayoritarios- continuaban con el cultivo del campo y de la seda según la tradición andalusí. Cuidaban con mimo las tierras escarpadas de Sierra Nevada, construyendo pequeñas terrazas donde cultivar. Mantenían una milenaria red de acequias que permitía un sistema de regadío, forzosamente complejo, que aprovechaba las aguas provenientes de las cumbres de la sierra. Todavía hoy algunas de esas acequias siguen en funcionamiento. Constituían una comunidad próspera, que a menudo despertaba la envidia de sus vecinos cristianos, carentes de vocación por la agricultura, mucho menos en unas tierras que exigían de tantos sacrificios para el cultivo.

En este contexto, los reyes cristianos fueron endureciendo las condiciones de vida de los moriscos progresivamente, sometiéndolos a grandes impuestos y a todo tipo de vejaciones sociales y religiosas. La presión sobre los moriscos desembocó en el levantamiento de éstos en la nochebuena de 1568. La guerra que se desencadenó a raíz de estos hechos y la represión posterior de Don Juan de Austria fueron extremadamente crueles. El destierro y la humillación social fueron la consecuencia de la derrota de los moriscos, cuya vida continuó empeorando por las arbitrariedades de las autoridades cristianas, incluida la Inquisición. Pese a todos los sacrificios realizados, e incluso algún intento de acercamiento entre religiones, el fatal destino de los moriscos se consumó con los diferentes edictos de expulsión que, de forma sucesiva, se publicaron en los distintos reinos bajo la corona de España entre 1609 y 1610. Con ellos se cometió uno de los peores actos de xenofobia llevados a cabo en la historia de España.

El libro nos cuenta la historia de los moriscos españoles desde la sublevación de La Alpujarra hasta su expulsión definitiva. Lo hace a través de la narración de las peripecias de un joven morisco alpujarreño, hijo de un sacerdote cristiano que violó a su madre. La historia de su vida corre paralela a la de su comunidad, y sirve al lector para tomar contacto con esta parte de nuestra historia en forma de novela. Para mí ha sido una forma excelente de "estudiar" este período histórico. La novela está escrita con gran rigor histórico y su lectura es muy amena y "engancha" desde el principio. A pesar de que la prosa del autor no es, ni mucho menos, la de un Premio Nobel, el libro me parece absolutamente recomendable, mucho más para quienes, por motivos de nacimiento, familiares o cualesquiera otros nos sentimos vinculados con La Alpujarra. Es una parte de nuestra propia historia, de la más cercana, que deberíamos conocer mejor para desterrar prejuicios y falsos mitos.

La historia nos da ahora, en el siglo XXI, una nueva oportunidad para la convivencia de culturas y religiones. Una nueva ocasión para el mestizaje y la interculturalidad. Ojalá que estemos a la altura suficiente para reparar, en las personas que ahora acogemos, la enorme injusticia que nuestros antepasados cometieron con los suyos. En la historia pocas veces se presenta una segunda oportunidad y el destino nos ha puesto una de ellas en nuestras manos. Ojalá la sepamos aprovechar. Ojalá. In sha'a Allah.


TÍTULO: La mano de Fátima.
AUTOR: Ildefonso Falcones.
EDITORIAL: Grijalbo.