lunes, 12 de julio de 2010

Si a mí el fútbol no me gusta ...

Siempre lo digo, a mí el fútbol no me interesa. En España es inevitable estar un poco al día de lo que se mueve alrededor de este deporte, puesto que tiene una posición sobredimensionada -e inmerecida probablemente- en la información que nos llega por cualquier canal. Así que uno se entera, quiera o no, de cuánto cuesta el fichaje de CR9, de si el Madrid pierde y el Barça gana, o de si se va Pellegrini y viene Mourinho. Por eso me puedo permitir bromear los lunes con mis alumnos madridistas que llevan tres años sin pillar ni moscas, pero ellos no me terminan de creer cuando les digo que "yo no sigo el fútbol". Sé que mis amigos lectores sí lo harán porque son tan pocos que me conocen todos.

La historia de mi desafección hacia este deporte tiene más que ver con el fenómeno mediático y social en que se convirtió hace tiempo, que con el deporte en sí. El caso es que, por unas razones o por otras, le cogí manía. Y no quería ver un partido bajo ningún concepto. A pesar de que reconozco que cuando me pongo a ver alguno -casi nunca- lo disfruto. Así he pasado varios mundiales y otras tantas eurocopas. Y a juzgar por los resultados y los cabreos que pillaba la gente, parece que no me perdí gran cosa.

La situación empezó a cambiar hace unos años, no recuerdo exactamente cuándo, pero sí sé que fue por una situación de puro compromiso. Una de estas veces que quedas con alguien o vas de visita y la otra persona quiere ver el fútbol y piensa que a tí, cuando menos, no te importa, porque se trata de un Madrid - Barça o algo así. Creo que fue así como volví a ver un partido de fútbol después de años, y me dí cuenta de que, si el partido es interesante, me lo paso bien. Así que fui cediendo y empezando a ver, de vez en cuando, alguno de estos partidos. Insisto en que no lo sigo, no me intereso por ver cuándo hay un Madrid - Barça o un partido internacional, pero me entero -como ya he dicho, es imposible no hacerlo-. Y así, pasando por algunos partidos ligueros calientes y por la Eurocopa de 2008, hasta hoy.

Como es lógico, ayer vi la final del Mundial de Sudáfrica, y como es lógico también, estoy contento. No ya por haberlo ganado, sino por haberlo hecho de la manera que ha sido. Estoy orgulloso de que España haya ganado su primer mundial con un equipo que es, sobre todo, digno de tal nombre. Porque por encima de figuras individuales, lo que brilla en el fútbol de esta selección es el trabajo de grupo, lo colectivo por encima de lo personal. No sé si como causa o consecuencia de esto último, los jugadores demuestran una calidad humana excepcional. Me encanta ver la naturalidad con la que se comporta un grupo de chavales jóvenes que han logrado lo que nunca alcanzó el fútbol español y parece, por la humildad con la que actúan, que hubiesen conquistado un título de 2ª B. Han demostrado que cuando lo individual se supedita al interés común, sin protagonismos, las cosas funcionan. Eso, en los tiempos que corren, tiene un tremendo valor, sin duda.

El triunfo de España también es la prueba del 9 de que ciertas políticas "deportivas" de ciertos clubes españoles son, en lo deportivo, suicidas. Algún gran empresario debería enterarse de que la suma de 11 figuras de sueldos millonarísimos no hace, por sí sola, un buen equipo. Es más, en mi opinión, es garantía de fracaso. En este caso, nuestra selección ha ganado este mundial con jugadores a los que, hace sólo unos días o unas semanas, la mayoría de los españoles no les pondrían cara. Yo, que me encuentro entre esa mayoría, aseguro que si mañana me cruzase por la calle con Busquets, alguno de los Xavis o con Capdevila -por decir algunos nombres que me suenan- no los reconocería. Esa es la grandeza de este equipo.