sábado, 1 de septiembre de 2012

EL ENEMIGO (IV)

Aclaremos las cosas: en España, a pesar de lo que nos quieren hacer creer, no existe un problema de exceso de gasto público, sino de déficit de ingresos. El Estado, entendiendo por tal el conjunto de las administraciones públicas -central, autonómica y local- no ha causado la crisis que padecemos por gastar demasiado. En 2007, España era uno de los países con menor deuda de la Unión Europea, no alcanzando el 35% del PIB. Todavía hoy, con la que ha caído, España sigue teniendo un nivel de endeudamiento inferior a la media europea, con una deuda del 72% del PIB -por debajo de Francia (89,2%), Reino Unido (86,4%) o la mismísima Alemania (81,6%); por no hablar de Grecia, Italia, Portugal, Irlanda o Bélgica, que superan el 100%-. España tuvo superávit en sus cuentas públicas -el Estado ingresó más dinero del que gastó en los años 2005, 2006 y 2007- hasta el comienzo de la crisis. Es decir, el déficit es consecuencia de la crisis, no al revés.
El gasto del conjunto de las administraciones públicas españolas se situó en 2010 en el 45% del PIB, por debajo de la media de la UE-27 -50,3%- y muy por debajo de los países europeos más avanzados, como Francia (56,2%), Finlandia (55,1%), Suecia (53%) o Gran Bretaña (50,9%), por citar solo algunos ejemplos. Esto es, dedicamos a gasto público un porcentaje de nuestra riqueza como país que está por debajo, incluso, de países como Portugal, Italia, Grecia, Polonia o Hungría. Por tanto, basta ya del mantra de nuestra irresponsabilidad en el gasto o del excesivo endeudamiento público. Ninguno de ellos es cierto.

¿Dónde está entonces el problema? El problema es nuestro sistema fiscal. El porcentaje sobre la riqueza producida que el Estado ingresa vía impuestos era en España del 33% del PIB en 2010. Esto significa que el Estado recauda uno de cada tres euros que genera nuestra economía, mientras la media de la UE en dicho año era del 39,3% -casi cuatro euros de cada diez- y la de países como Suecia o Francia era del 47,1% y del 42,8%, respectivamente. Lo que provoca nuestro déficit no es el exceso de gasto sino la falta de ingresos homologables con los países desarrollados de nuestro entorno.

Nuestro sistema fiscal se ha convertido en un auténtico coladero. Es un sistema cada vez más regresivo, ya que hace posibles mayores deducciones de impuestos cuanto más alta es la renta. Por ejemplo, en el IRPF, ¿quién puede deducirse la inversión en vivienda o en planes de pensiones? Evidentemente aquellos que pueden permitirse estos gastos, que no son los que menos ganan. En el Impuesto de Sociedades, ¿qué empresas sacan partido de las deducciones? Las grandes firmas que cuentan con ejércitos de asesores fiscales, no las empresas pequeñas.

Éste es nuestro verdadero enemigo. O, versionando aquel eslogan de la campaña de Clinton, diríamos: "es la fiscalidad, estúpido". Las rebajas fiscales realizadas por los sucesivos gobiernos de España -incluidos, por desgracia, los últimos socialistas- han dado lugar a un deterioro todavía mayor de la recaudación fiscal desde que empezó la crisis. Y es por aquí por donde debería abordarse la solución a los problemas de nuestras cuentas públicas. Lamentablemente, aunque hay propuestas en este sentido, no parece que nuestros gobernantes actuales estén por la labor.