viernes, 26 de junio de 2015

PEDRO, LA BANDERA Y BEGOÑA


                                                                           [Foto: eldiario.es]
   
La reciente proclamación de Pedro Sánchez como candidato del PSOE a la Presidencia del Gobierno ha generado ríos de tinta por la inusual escenografía utilizada en el evento, recibida con cierta incomodidad por la militancia socialista. Es un hecho que buena parte de esta militancia -de convicciones fuertemente republicanas- no siente como propia la bandera que se exhibió en el acto. La acata y la acepta como la enseña nacional vigente, pero no se siente representada por ella. 

Carecer de afecto hacia la bandera constitucional como símbolo de España no es reprochable. Los sentimientos personales, nos gusten o no, no se gobiernan con leyes. No se puede obligar a la gente a sentir aprecio por símbolos que no siente como suyos, por muy legales y democráticos que éstos sean. Creo que es importante mantener el respeto por dichos símbolos mientras sean los que nos hemos dado entre todos -aunque no sea, como es el caso, por unanimidad-. Pero creo que no es exigible nada más.

Por tanto, la escenografía utilizada en el acto no me parece adecuada. Evitar la coincidencia de Pedro Sánchez en el escenario con cualquier símbolo del PSOE me parece un desacierto. Y también lo es, a mi juicio, hacer participar a su esposa, Begoña Gómez, en el cierre del acto, al más puro estilo americano. La democracia de Estados Unidos puede ser un referente en muchas cosas, pero no creo que lo sea en esto. En España carece de sentido vender, como si fuese un pack indivisible, la figura del candidato con una supuesta primera dama. Todo ha sido un exceso innecesario que crea incomodidad entre la militancia socialista, que no se reconoce en un acto de este formato.

No he leído ni escuchado ninguna justificación de la elección del formato de este acto por parte del PSOE ni de Pedro Sánchez. Según se dice, se trata de una estrategia para contrarrestar la apropiación habitual, por parte de la derecha, de los símbolos nacionales, y también para compensar la supuesta imagen de radicalidad que el PSOE está ofreciendo por acordar pactos de investidura con Podemos en determinados ayuntamientos y comunidades autónomas. Es, según parece, una estrategia para resituar al PSOE en el centro político, ese etéreo espacio donde, dicen los sociólogos, se ganan las elecciones y del que el PSOE  se habría ausentado por sus recientes pactos.

La cuestión que yo me planteo es: ¿es necesario reivindicar al PSOE como partido de centro? Independientemente de las preferencias políticas de cada uno, ¿hace falta poner de manifiesto que el PSOE ocupa un espacio político de centro? Hablamos de un partido que firmó los Pactos de la Moncloa en 1977, apoyó la consolidación de la monarquía parlamentaria en la Constitución de 1978, renunció al marxismo como parte de su ideología en 1979, promovió una agresiva política económica e industrial a partir de 1982, defendió -con contradicciones que todavía escuecen en los militantes más veteranos- la permanencia de España en la OTAN en 1986, apoyó la primera guerra del Golfo Pérsico contra Irak enviando a soldados de reemplazo a vigilar el embargo marítimo, firmó el Tratado de Maastrich que dio lugar al Euro como moneda única europea -con las consecuencias conocidas, no todas favorables-, aumentó la edad de jubilación de 65 a 67 años, aplicó dolorosos recortes de todo tipo en 2010, se despidió del poder con una reforma exprés de la Constitución para sacralizar el pago de la deuda en el artículo 135 y, ya en la oposición, bendijo hace ahora un año el relevo en la monarquía sin plantear ningún tipo de debate sobre la vigencia de la institución. ¿De verdad, con este curriculum, es necesario que sigamos reivindicándonos como partido de centro? ¿Acaso no lo hemos acreditado con hechos, más de lo que muchos desearíamos?

Es evidente que lo que necesita el PSOE no es demostrar que representa al centro político. Al contrario, lo que necesita el PSOE con urgencia es demostrar que representa -también- a la izquierda política. Es el electorado de izquierdas el que nos ha abandonado en los últimos años a la vista de los derroteros que tomaban nuestras actuaciones. Éste es el electorado que necesitamos recuperar con propuestas políticas que den respuesta a sus demandas y sean eficaces en la defensa de la justicia social y la igualdad de oportunidades.


domingo, 7 de junio de 2015

PACTOS Y HEGEMONÍA

Las últimas elecciones municipales -y en Andalucía, además, las autonómicas de marzo- han puesto de manifiesto un nuevo panorama político en España. Las mayorías absolutas están empezando a ser algo del pasado, y hay multitud de ayuntamientos y comunidades autónomas pendientes de pactos postelectorales para la investidura de alcaldes y presidentes o presidentas. Aunque no falta quien quiere presentar esta situación como una patología de nuestra democracia, el hecho es que nuestro sistema electoral es de naturaleza proporcional, lo que convierte al acuerdo y el pacto en elementos consustanciales al propio sistema, dado que es necesario articular mayorías que den soporte a los gobiernos en los distintos ámbitos institucionales. Las llamadas a "dejar gobernar" a la lista más votada no son más que brindis al sol interesados: nadie puede, de hecho, gobernar en minoría, sino que deberá apoyarse en aquellas fuerzas políticas que le dejen gobernar para sacar adelante sus iniciativas de gobierno en los plenos municipales o en los parlamentos autonómicos.

En relación con los resultados de las elecciones, y en aquellos casos en que el PSOE está en situación de articular coaliciones de gobierno o pactos de legislatura, soy partidario de que lo haga en el ámbito de las fuerzas de izquierda. Como militante socialista me siento en la obligación de pronunciarme ante la incertidumbre en la que vivimos desde las elecciones autonómicas en Andalucía. Yo -y creo que hay otros y otras muchas como yo- no quiero pactos con la derecha para formar gobiernos o lograr la investidura. Tampoco, y en primer lugar, en Andalucía. Creo que debe ser posible un acuerdo con fuerzas políticas de izquierdas, en este caso Podemos e Izquierda Unida, para gobernar nuestra comunidad autónoma. Soy consciente de las dificultades que esto entraña, pero la única forma de que nuestro partido se comprometa con políticas de progreso es su alianza con otras fuerzas del mismo ámbito político. Lamentablemente, nuestros dirigentes -los del PSOE- han estado demasiado tiempo agitando el mantra del populismo de Podemos o la radicalidad de Izquierda Unida, en una actitud cuasisuicida que ignoraba la situación política a la que nos íbamos a enfrentar en breve, la de unas instituciones donde el pacto -deseablemente el pacto de izquierdas- sería imprescindible para gobernar. Reconducir ahora ese discurso está siendo especialmente difícil en Andalucía, donde estamos al borde de tener que repetir las elecciones autonómicas celebradas en marzo. 

Existe un sector del PSOE -muy presente en la federación andaluza- que solo concibe nuestro partido como poseedor de mayorías absolutas que permitan gobernar en solitario. No se acaba de asimilar que la época de las mayorías absolutas pasó y que el PSOE quizá no vuelva a ser una fuerza hegemónica en el ámbito del centro-izquierda en España. Tenemos que asumir que la izquierda es diversa y eso no debe ser obstáculo para la concertación entre diferentes partidos. Tenemos que asumir, por tanto, que tardarán mucho en volver -si es que vuelven- las mayorías socialistas aplastantes para gobernar en solitario y eso no debe suponernos ni resentimiento hacia aquellos con quienes compartimos ámbito político, ni complejo por lo que fuimos y ya no somos. Quizá seremos siempre, de forma natural, la minoría mayoritaria en el centro y la izquierda española -yo sigo creyendo, como Zapatero, que "somos el partido que más se parece a España"-. Seremos, probablemente, el elemento nuclear en torno al cuál articular pactos entre diferentes para promover políticas de progreso. Esto no nos hace menos importantes, sino lo contrario. La hegemonía no debe ser una obsesión en ningún caso.