jueves, 30 de junio de 2016

26-J: SEGUIMOS HACIENDO HISTORIA

Llevo meses en los que las actuaciones de los dirigentes de mi partido me resultan incomprensibles o, sencillamente, desacertadas. Voté NO al acuerdo con Ciudadanos y me opuse con vehemencia a este pacto y estuve, desde el primer momento, a favor de que el PSOE buscase aliados a su izquierda -sin vetar un posible acuerdo posterior con Ciudadanos-. Fui muy crítico con todos los pasos dados durante el tiempo que ha mediado entre el 20-D y la convocatoria de nuevas elecciones, lo que me costó alguna agria discusión con compañeros de partido y algunos debates no exentos de cierta tensión en las redes sociales. Llegó un momento en que me sentí anímicamente afectado por el rumbo que tomaba todo esto; no me es fácil asumir tan grandes discrepancias con compañer@s de partido a quienes aprecio y respeto. Y decidí que me daría una tregua, que no pasaría la campaña electoral recordando a otr@s militantes mis desacuerdos constantes, por cuanto sé que en momentos tan delicados se habrían interpretado como deslealtad. Lo hice por sentido de la prudencia, pero también, y hay que reconocerlo, por una cierta cobardía. Se me hacía muy difícil descalificar la estrategia de una campaña en la que yo, como cargo público -aunque sea, simplemente, concejal en la oposición en mi pueblo- estaba llamado a tomar parte en menor o mayor medida. Llegaron las elecciones y ejercí, como siempre, de interventor del PSOE en la mesa electoral de mi barrio. Y finalmente, llegó el momento de analizar algunas cuestiones una vez pasados los comicios.

El Partido Popular ha sido el claro ganador de estas elecciones y ha visto respaldada su estrategia de pasividad de los últimos seis meses. Por incomprensible que nos parezca a algunos, un partido impregnado de corrupción ha sido el único beneficiario del bloqueo político que se produjo tras el 20-D. A falta de ilusión, el miedo levantó del sofá a sus votantes, que se movilizaron más que los de ninguna otra fuerza política. Y se benefició también de la pérdida de votos de Ciudadanos, cuyos electores, en parte, decidieron devolver su voto al punto de partida previo al 20-D.

La confluencia de Podemos con Izquierda Unida ha sido un evidente fracaso. La coalición Unidos Podemos ha obtenido un millón menos de sufragios de los que obtuvieron conjuntamente Podemos e Izquierda Unida en las pasadas elecciones. Los peores augurios de los detractores de la confluencia en ambas partes se han cumplido y así, juntos no solo no han multiplicado ni sumado, sino que se han restado mutuamente.

En Podemos tienen dos problemas con un mismo rostro: el de Pablo Iglesias. Resulta evidente que Podemos no sería hoy lo que es -un partido que a pesar de sus escasos dos años de vida ha conseguido una gran implantación en España y cinco millones de votos- sin su líder y la proyección mediática que le ha acompañado desde hace años. Por tanto, prescindir de él puede suponer la pérdida de una parte importante de su apoyo social y llegaría a comprometer, quizá, la propia supervivencia del partido. Pero no es menos cierto que Pablo Iglesias ha construido un techo de cristal para Podemos. Sus modos broncos, su particular obsesión por la presencia mediática, sus constantes virajes ideológicos -al menos aparentes- y su habilidad para generar rechazo en sus potenciales aliados son cualidades poco deseables para un líder político. No en vano él es, a día de hoy, el segundo líder peor valorado en España, solo por delante de Mariano Rajoy, y con una valoración por debajo de la que obtiene su partido. Luego su permanencia al frente de Podemos puede ser un lastre para las expectativas electorales del partido -y de sus confluencias-.

Por su parte, la campaña del PSOE ha sido un puro disparate y es, con mucho, la peor que recuerdo. Se ha basado en un ataque constante a Podemos y Pablo Iglesias -con mensajes de brocha gorda- que solo han servido para caldear el ánimo del votante socialista incondicional, aquél que habría ido a votar PSOE en cualquier circunstancia. Las descalificaciones al "Coletas", como le llaman sin reparo viejos líderes del partido, se han demostrado inútiles como estrategia de partido. Tanto es así que hemos perdido 100.000 votantes de diciembre al 26-J -que han votado otras opciones o se han quedado en casa-, descubriendo un nuevo suelo electoral y de representación parlamentaria -85 escaños en el congreso-. El PSOE de Andalucía ha sido el alumno aventajado de esta estrategia, liderada en primerísima persona por Susana Díaz. El resultado está a la vista: el PP gana las elecciones en Andalucía por segunda vez en la historia democrática.

¿Para qué ha servido entonces tanto ataque furibundo a Podemos? Parece evidente que la dirección del PSOE, a todos los niveles, solo ha tenido un objetivo en estas elecciones: evitar el sorpasso. Todo lo demás parece secundario, como demostraban las caras de alivio -y de cierta satisfacción, diría yo- que mostraban muchos miembros de la dirección que comparecieron con Pedro Sánchez en la noche electoral. Esta estrategia ha mantenido la tensión de los votantes tradicionales y, a duras penas, ha evitado un desastre aun mayor. Pero no ha servido para atraer nuevos votantes, que se supone que es de lo que se trata cuando se viene del -entonces- peor resultado histórico. Antes al contrario, haber ayudado a sembrar el miedo a Podemos ha contribuido, muy probablemente, a movilizar a los votantes del PP que estaban dudosos. Y llegamos así a la conclusión de que somos corresponsables de haber engordado la bolsa de votos de Mariano Rajoy. Seguimos, pues, haciendo historia.