domingo, 23 de octubre de 2016

DIGNIDAD

En unas horas, el Comité Federal del PSOE decidirá la postura del partido en el previsible debate de investidura de Mariano Rajoy que se convocará en próximos días. Los acontecimientos desarrollados en las últimas semanas son conocidos por todo el mundo, así como las reacciones que se han producido por parte de los dirigentes territoriales del PSOE y de la militancia.

La previsible decisión de abstenerse en el mencionado debate de investidura viene a ser el golpe de gracia a la credibilidad del PSOE, ya de por sí muy deteriorada. Nadie entiende por qué l@s dirigentes territoriales y ex altos cargos que apuestan por la abstención no lo manifestaron así desde el mes de diciembre para no dar lugar a la repetición de elecciones. Nadie entiende por qué no hicieron uso de sus votos en el Comité Federal para defender esta postura, tanto en diciembre como en julio. Nadie entiende tampoco por qué, si habían cambiado de opinión, no forzaron la convocatoria de una reunión del Comité Federal para rectificar, y optaron por intentar cesar por la fuerza de los hechos a Pedro Sánchez como secretario general.

Hoy sabemos que en un Estado democrático como el nuestro el Gobierno gobierna y el parlamento legisla y controla al gobierno. Sabemos que no se puede "gobernar desde el parlamento", pues la capacidad de veto del gobierno sobre prácticamente cualquier iniciativa lo hará imposible. Los sucesos previos al Comité Federal del 1 de octubre y el desarrollo del propio comité han dejado al PSOE rendido con armas y bagajes ante Mariano Rajoy. Sabemos que, lejos de exigir condiciones para nuestra abstención, es Rajoy quien está en condiciones de imponerlas para aceptar nuestro apoyo. Si había que abstenerse, ¿por qué no haberlo hecho antes, cuando teníamos una posición de fuerza para conseguir cesiones del PP? Sabemos que a partir de la investidura seremos rehenes de Mariano Rajoy, que aprovechará nuestra situación de debilidad para exigir nuestro apoyo con la amenaza de disolver las cortes -lo hará en cuanto pueda y le convenga- y hacernos concurrir a nuevas elecciones. Es decir, parafraseando a Churchill, "entre elecciones y deshonor, elegimos el deshonor y tendremos elecciones".

Los que tenemos la costumbre de escribir nuestras opiniones tenemos difícil retractarnos de lo dicho. Por eso yo hoy no debo ocultar que la abstención nunca me pareció totalmente descartable. Una abstención que llegaría como resultado de mantener el no a Mariano Rajoy, de intentar con todas nuestras fuerzas la formación de un gobierno alternativo -sí, con Unidos Podemos y, si hubiese sido necesario, con apoyos de partidos nacionalistas- y, si esto en fin no fuese posible, plantear la abstención indispensable para permitir la investidura de un candidato o candidata del PP. En ese caso, la abstención debía ser sin negociación previa, planteando un paquete de condiciones que el PP debería aceptar de la A a la Z. Entre ellas, y por poner algún ejemplo, la retirada de Rajoy como candidato a la presidencia y el compromiso de que personajes como Jorge Fernández Díaz no volverían a ser nombrados ministros. Y todo esto advirtiendo de que, en el caso de incumplimiento, se procedería por el PSOE a la presentación de una moción de censura al gobierno en el plazo máximo de un año desde la investidura.

Hoy sabemos que todo lo anterior es ya mera política ficción, nunca lo veremos. Ante el desgarro producido en la militancia por los cuadros dirigentes que han actuado y actúan de espaldas al sentir mayoritario de la misma, y teniendo en cuenta los hechos citados anteriormente, solo cabe ya la afirmación de nuestra dignidad de partido centenario: evitar la rendición incondicional que nos plantea la Comisión Gestora, votar NO. Sabemos que eso nos llevaría a una nueva convocatoria electoral frente a la cuál nos encontramos con un partido sin líder. Sabemos que tendríamos que poner el partido a toda máquina para elegir democráticamente -en primarias, no cabe otra forma- a un candidato o candidata que afronte el reto. Pero, aunque las perspectivas electorales no sean buenas -y de ello tendrán que responder algún día quienes han causado el destrozo-, sabemos que la militancia volcaría toda su fuerza en la movilización. Iríamos a las elecciones con malas perspectivas pero con una renovada dignidad de militantes socialistas. En esas condiciones, probablemente nos iría mejor de lo que nos auguren las encuestas. Y si no fuese así, antes eso que la humillación que nos espera con la abstención. Llegados a este punto, más vale honra sin barcos, que barcos sin honra.