lunes, 30 de enero de 2017

BERJA Y LA PUERTA DE ALCALÁ


Cuentan las crónicas que Carlos III, a su llegada a Madrid para tomar posesión de la Corona de España, hizo entrada en la ciudad por la antigua Puerta de Alcalá, abierta en las murallas de la Villa desde 1625. El rey, procedente de Nápoles, no encontró de su gusto la citada puerta, construida en tiempos de Felipe IV. Por ello mandó derribarla y construir en su lugar una nueva puerta más monumental, a modo de arco de triunfo, lo que dio lugar a la actual Puerta de Alcalá. Era 9 de diciembre de 1759 y llovía. El pasaje histórico fue recreado, incluso, en una conocida canción de 1986 -”La Puerta de Alcalá”, de Ana Belén y Víctor Manuel-: “Una mañana fría llegó/Carlos III, con aire insigne/se quitó el sombrero muy lentamente/bajó de su caballo/con voz profunda le dijo a su lacayo:/Ahí está, la Puerta de Alcalá”. El origen, pues, de la actual Puerta de Alcalá está en el mero capricho de un nuevo rey que decide, un día cualquiera y sin encomendarse a dios ni al diablo, reducir a escombros la puerta antigua para construir una nueva a medida de su gloria como monarca. Por supuesto, fue el mismo Carlos III quien encargó y supervisó los proyectos de la obra al arquitecto Francisco Sabatini. La voluntad de un rey absolutista, ilustrado, sí, pero absolutista y despótico, se constituye así en razón y guía única y última de lo que se hace y se deshace.

Llegando a nuestros días, Carlos III ha encontrado en Berja un discípulo imprevisto en la persona de su alcalde, D. Antonio Torres. Una mañana fría de enero, D. Antonio salió de su despacho en la Casa Consistorial y bajó la monumental escalinata de piedra hasta la calle. Allí, acompañado de algún lacayo de su corte y al modo del monarca antes citado, decidió que es su real voluntad acometer una reforma completa de la centenaria y emblemática Plaza de la Constitución de Berja. Y sin más preámbulos, que no son necesarios para gente de su posición, fue dando indicaciones de los detalles de tal reforma, explicando a cuantos viandantes y curiosos se acercaron la naturaleza y alcance de la obra. Se dio la circunstancia de que pasaba por allí -se entiende que casualmente- el cronista oficial de la corte. No dudó en hacerse eco de las indicaciones de D. Antonio acerca de las bondades de la reforma, haciendo saber posteriormente a la ciudadanía de Berja que “los técnicos municipales ya ultiman las mediciones sobre el terreno antes de proceder a la remodelación de la Plaza de la Constitución. Una reforma integral que 'lavará' la imagen de este emblemático espacio que apenas ha sufrido cambios en los últimos años”. La información, lamentablemente, es inexacta. No existe en las dependencias municipales ni siquiera un proyecto de obra o una memoria valorada de su coste, ni dotación presupuestaria para ejecutarla en el presupuesto que acaba de aprobarse, ni procedimiento administrativo en marcha para su adjudicación. Nada. Sin embargo, D. Antonio hizo saber al cronista que “en febrero está previsto que comiencen las obras para levantar toda la parte central de la plaza, retirar el arbolado y resto de mobiliario público”, que ya tendrá él en mente su particular Sabatini y algún constructor de confianza. Al fin y al cabo, ¿qué son estos impedimentos burocráticos ante la real voluntad de D. Antonio? ¿Para qué queremos a tanto escribiente y maestro de obras en el Ayuntamiento, sino para hacer realidad sus deseos en el momento en que los tenga? ¿Para qué pagan tributos los ciudadanos de Berja si no es para satisfacer los delirios de grandeza de D. Antonio Torres? ¿Acaso no es digno él de remodelar su ciudad a medida de su capricho, como hiciese Carlos III, alcalde que fue de la Villa y Corte? ¿Tiene él algo que envidiar, en despotismo, al monarca que fue el paradigma español del Despotismo Ilustrado? ¿Hace falta ser ilustrado para compararse con Carlos III? Seamos serios que el asunto lo requiere. Puede que la condición de ilustrado no sea la que más luce en D. Antonio Torres. Pero si hablamos de despotismo, va sobrado.

sábado, 21 de enero de 2017

CARTA ABIERTA A JAVIER FERNÁNDEZ

Compañero Javier:

El discurso que pronunciaste en la reunión de nuestro Comité Federal del pasado 14 de enero recibió, aquel mismo día, abundantes elogios por parte de propios y extraños. Me propuse leerlo con atención, pues tengo por norma informarme de primera mano sobre estas cosas, para no entrar a comentar titulares de prensa que puedan ser sesgados. Eso hice, y desde aquel momento, tuve claro que quería contestar a algunas de las afirmaciones de tu intervención. Aunque ha pasado ya una semana -los militantes de base no tenemos mucho tiempo que dedicar a expresar opiniones políticas, aunque las tengamos-, es lo que pretendo hacer con esta carta que me he permitido dirigirte.

Debes saber, en primer lugar, que los militantes que nos hemos movilizado contra la forma de actuar de la Comisión Gestora que presides, no lo hacemos por creernos en posesión de verdades absolutas, ni del monopolio de las buenas intenciones en el PSOE. Lo hacemos, sencillamente, porque no estamos de acuerdo con las formas en que se instauró la gestora como dirección provisional, ni con su actuación desde aquel momento. Creo que lo hacemos con legítimo derecho, como lo tienes tú de defender lo contrario. No pretendemos con ello criminalizar a nadie, pero comprenderás también que no podemos aceptar que se nos reproche a nosotros nuestro legítimo desacuerdo. También nosotros hemos sufrido la agresividad verbal de aquellos que piensan diferente, por lo que no parece acertado invocar al victimismo para hacerse acreedor de mayor altura moral que los demás.

Nos dijiste en tu intervención que debemos ser leales con nosotros mismos, con nuestro partido, y con el país. Y que cuando esas lealtades entran en conflicto, debe primar, por encima de todas ellas, la lealtad al país. Nos lo dices como si, quienes discrepamos de tus posiciones, careciésemos de esa lealtad. ¿Puedes entender que muchos defendemos posiciones contrarias, también, por lealtad al país? ¿De verdad la única forma de ser leal a España es permitir, sin condiciones previas, la formación de un gobierno apoyado en la derecha más montaraz y corrupta de Europa? Muchos creemos que no. Creemos que haber intentado seriamente una alternativa de izquierdas es, de verdad, demostrar lealtad a nuestros conciudadanos. No deja de ser contradictorio que tú, que afeas a los demás un supuesto afán de monopolio de las buenas intenciones, te consideres en posesión del único concepto posible de lealtad a España.

Nos explicaste, Javier, qué es para ti la lealtad al partido: aceptar las decisiones adoptadas por los órganos de representación, aun las más difíciles y controvertidas, y decirle a la gente que somos mucho más que una maquinaria de oposición férrea a la derecha, destinada a arrojarla del poder a cualquier precio. Pero empezaste tu explicación diciendo que, tras las elecciones del 26-J, todos los dirigentes del PSOE sabíais lo que había que hacer -refiriéndote a la abstención-, pero no cómo ganar un congreso después de hacerlo. Por tanto, y a la vista de los hechos, reconoces que esos dirigentes -entre los que te incluyes, pues hablas en primera persona del plural- fuisteis incapaces de plantear en los órganos de representación la necesidad de hacer lo que finalmente se hizo. Muy al contrario, callasteis donde debisteis hablar, y hablasteis donde debíais callar, socavando deliberadamente la autoridad del secretario general. No se me ocurre una forma más evidente de ser desleal a ese partido al que nos dices que hay que querer. Ni a ese órgano de representación supremo que constituimos el conjunto de todos y todas las militantes.

Decías que la ciudadanía socialdemócrata nos pide no reducir nuestra acción política exclusivamente al enfrentamiento con el PP; que en democracia, en situaciones concretas como esta, se impone acordar antes que ir a unas nuevas elecciones sin expectativas y sin esperanza. Pero Javier, ¿acordamos algo para no ir a las elecciones? ¿Hicimos valer nuestra fuerza parlamentaria para exigir al PP unos mínimos de higiene democrática antes de facilitar la investidura? Muchos de nosotros pensábamos, no ya desde el 26-J, sino desde el mismo 20-D, que la abstención podría llegar a producirse -y lo dijimos, fuimos leales y no jugamos a dos barajas-. Pero siempre poniendo por delante el intento de gobierno alternativo hasta la extenuación. Y si no fuese posible, estableciendo condiciones severas y sin las cuales no facilitaríamos la investidura. Sin embargo, lo que se otorgó al PP fue una rendición incondicional que humilló al partido y a su militancia, a la que se le hurtó la posibilidad de haberse pronunciado sobre una decisión de vital trascendencia y sin precedentes en nuestra historia. 

Nos hablabas de la necesidad de actualizar nuestras propuestas a la sociedad, de reformismo, de moderación, de lealtad institucional. En definitiva, de la importancia de las ideas que defendemos. Nos decías que la conferencia política de 2013 ha quedado obsoleta, porque la realidad ha cambiado desde entonces -mencionas el surgimiento posterior de Podemos, el crecimiento económico actual frente a la recesión o el Brexit-. Tienes razón, quizá nuestro marco ideológico debe estar sujeto a revisión permanente para dar respuestas a una realidad cambiante. Pero deberías saber que el mayor problema que tenemos de cara al electorado no es la carencia de ideas, sino de credibilidad. Da igual lo buenas que sean nuestras propuestas porque la gente, Javier, sencillamente no nos cree. Porque sé que eres consciente de esta realidad, pienso que cuando apelas a la necesidad de tiempo para el rearme ideológico estás poniendo en marcha, digas lo que digas, una maniobra dilatoria a instancia de parte.

Mientras dices que la conferencia política de 2013 ya no sirve, en una nueva contradicción, declaras la vigencia absoluta de la Declaración de Granada -también de 2013- en lo que se refiere al modelo territorial del Estado. Y, de alguna forma, ridiculizas a quienes defienden que la Declaración de Granada es un buen punto de partida para avanzar hacia un Estado definitivamente federal y plurinacional, enfatizando la afirmación del PSOE como dique de contención ante esa posible evolución. Descalificas conceptos como la soberanía compartida de un modo tan atrevido que parece proceder de la ignorancia: ¿acaso no compartimos ya soberanía con instancias europeas? ¿no cedimos hace más de una década algo tan importante en la soberanía del Estado como la política monetaria? ¿por qué te escandalizas de la posibilidad de compartir soberanía hacia dentro -lo que entra en la lógica federal que se supone que defiende el PSOE- si ya la hemos cedido hacia fuera, y a órganos de dudosa legitimidad democrática? Podría entender que argumentases en contra, pero no que descalifiques sin más -en un discurso de tintes neocentralistas homologable, prácticamente, al de la derecha española- las posiciones de quienes defienden con argumentos -políticos y jurídicos- la necesidad de ofrecer un cauce de encuentro entre las demandas de autogobierno periféricas y la voluntad de unión del conjunto de España que los socialistas siempre hemos defendido y defendemos.

Para terminar, nos hablas de moderación, de necesidad de pactos y acuerdos de Estado. Y de respeto. Creo que en un partido como el nuestro está de más hablar de necesidad de moderación -la hemos acreditado con creces desde la transición, quizá en exceso-. En cuanto a los pactos de Estado, nunca hemos necesitado estar en la oposición con un gobierno en minoría para cooperar en asuntos de Estado: así lo hicimos, por ejemplo, con el Pacto por las Libertades y Contra el Terrorismo. Y sobre respeto, nos lo debemos todos. La mejor forma de demostrarlo es cumplir con el papel que nos corresponde, sin forzar extralimitaciones que puedan poner nuestra actuación bajo sospecha. Y eso es, precisamente, lo que consigue la Comisión Gestora cuando dilata la celebración del congreso que ha de convocar o cuando se atribuye potestades, como redefinir las relaciones con el PSC, que no le corresponden. Para demostrar respeto, Javier, empecemos por demostrar respeto a las normas que nos hemos dado, a la razón y a la inteligencia de los compañeros y compañeras.

Saludos.