sábado, 20 de mayo de 2017

NOSOTR@S, QUE NO SOMOS PEDRISTAS

Soy militante del PSOE y nunca he sido Pedrista. Tampoco ahora lo soy y no lo seré en el futuro. En las primarias de 2014 avalé y voté a José Antonio Pérez Tapias. Sin embargo, en las elecciones a la Secretaría General que los socialistas celebramos este domingo, día 21, votaré a Pedro Sánchez, a quien también presté mi aval. La aparente contradicción en lo que afirmo tiene una explicación sencilla pero que much@s compañer@s no entienden: votaré a Pedro Sánchez por considerar que el modelo de partido que propugna su candidatura es el que más se acerca al que yo defiendo y no porque su liderazgo personal, en sí mismo, me parezca razón suficiente. Muy al contrario, deposito mi confianza en su proyecto -presentado en febrero pasado, que leí y al cuál propuse algunas modificaciones- y en el equipo de su candidatura. Creo que se trata de una propuesta política bien fundamentada, de acuerdo con las necesidades actuales de la socialdemocracia y avalada por personas de la solvencia de Josep Borrell, Manuel Escudero o Cristina Narbona, entre otr@s. 

Los socialistas tenemos, fundamentalmente, dos opciones a la hora de votar en estas primarias: la mencionada de Pedro Sánchez, o la que representa Susana Díaz. Si he decidido descartar esta última opción -al margen de los acontencimientos de octubre, que han tenido su peso- es porque las propuestas y los mensajes que la candidata nos ha dirigido a los militantes no me resultan convincentes. Por el contrario, los argumentos con los que ha defendido su candidatura han reforzado los míos para hacer lo contrario. Aparte del hartazgo de frases hechas -"PSOE ganador", "PSOE mucho PSOE", "un PSOE más PSOE"-, las afirmaciones con las que ella define su modelo de partido están en las antípodas de lo que yo creo que el PSOE tiene que ser. No comparto, por ejemplo, que el PSOE tenga que ser un partido en el que cada uno viva el socialismo como le dé la gana para que quepan en él desde Paco Vázquez hasta Pablo Castellano -afirmación, además, falsa: Pablo Castellano no cabía en el PSOE desde 1987, cuando se marchó antes de ser expulsado-. Según sus palabras, parece como si el PSOE fuese una especie de Real Madrid de la política que en lugar de votantes y afiliados tuviese hooligans. Hooligans dispuestos a la defensa de sus siglas por encima de lo que significan, como si lo importante fuese ser del PSOE y lo de menos, ser socialista.

Como digo, ése no es para nada mi modelo de partido. Yo creo en un PSOE definido ideológicamente como partido de izquierda, aunque eso implique que no quepa todo el mundo. Creo en un PSOE que respete a su verdadera máxima autoridad, que es su militancia, y le otorgue voz y voto, inexcusablemente, en la elección de su Secretari@ General y en la toma de decisiones de gran calado como los pactos de gobierno. Creo también en un PSOE que no sea ciego a la nueva realidad política en la que vivimos y que, pese a las dificultades que entrañe, se decida a liderar las alianzas de izquierda que sean necesarias -sí, también con Podemos- para desalojar del poder al Partido Popular. Porque solo un PSOE así puede recuperar el apoyo de aquell@s que nos abandonaron por no ser consecuentes con el contenido de nuestras siglas -la 'S' y la 'O'-, sobre todo de l@s jóvenes. Creo en un PSOE que vuelva a reconocerse, sin complejos, con la pluralidad nacional de España para ofrecer a la ciudadanía una alternativa propia al nacionalismo de unos y otros.

Pienso, por tanto, que mi modelo de partido se acerca al defendido por la candidatura de Pedro Sánchez y por eso le daré mi voto. Pero también pienso que mi opción es compartida por una gran parte -no pedrista- de la militancia del PSOE que, a raiz de los acontecimientos de octubre, se rebeló contra una clase dirigente despótica a la que no está dispuesta a tolerar más imposiciones. Diría más: creo, como otr@s compañer@s, que este movimiento de las bases, que nació antes que la candidatura de Pedro Sánchez, le sobrepasa y va más allá de la defensa de su liderazgo personal. Por el contrario, debería perdurar más allá de su eventual triunfo o fracaso en las elecciones del domingo, impulsando una renovación total de los modos de hacer política en el PSOE. Puede que sea la última oportunidad para evitar caer en la irrelevancia política.