lunes, 24 de julio de 2017

LA PLURINACIONALIDAD Y RODRÍGUEZ IBARRA

Como esos padres cincuentones que abroncan a sus hijos por cosas que ellos mismos hacían a su edad, hace pocos días mi compañero socialista Juan Carlos Rodríguez Ibarra llamaba la atención a este nuevo PSOE con un artículo demoledor: La mentira del plurinacionalismo. La verdad es que el artículo me sugiere casi responder a sus argumentos línea por línea, ya que me parece difícil alcanzar el grado de torpeza que alcanza -a mi juicio-, Juan Carlos para el análisis de este asunto. Tratándose de una persona inteligente -y pienso honestamente que lo es-, creo que le ciega su aversión al reconocimiento de toda pluralidad nacional en España, hasta el punto de no permitirle un análisis sereno y objetivo, aún desde el desacuerdo.

Obviando los juicios de valor que hace sobre los nacionalistas -demasiado aventurados para mi gusto- intentaré centrarme en sus críticas a quienes defienden el reconocimiento de la plurinacionalidad de España desde el PSOE. En uno de sus párrafos, afirma que "el Estado Federal no satisface las mínimas exigencias de quienes aspiran a la separación o a la diferencia respecto al resto de los ciudadanos españoles. En consecuencia, alguien debería explicar a quiénes se quiere contentar o qué problemas se tratan de solucionar con el federalismo". Resulta cansado tener que repetir, una vez más, que quienes defendemos el federalismo como forma de estado no lo hacemos para contentar a nadie, sino porque creemos que es la forma de estado natural en un país como España y porque es -en nuestra opinión- la manera más eficaz de conjugar el reconocimiento de identidades diferenciadas de los territorios con un proyecto común de todos. La defensa del federalismo no se hace a remolque de nacionalistas, sino como una tercera vía entre nacionalismos de uno y otro signo, precisamente porque quienes la defendemos no somos nacionalistas. El federalismo no es un paño caliente para curar la deriva nacionalista, sino una propuesta meditada y propia como aportación al tratamiento de un problema de fondo que solo se puede negar desde el cinismo o la más absoluta ignorancia. 

Como guinda del pastel, esto dice Juan Carlos en su último párrafo: "Y para nota, la peregrina idea de que todo federalismo es asimétrico. Defender eso es aceptar que no todos somos iguales. Aquellos que quieren ilustrarnos con Baviera para defender la farsa de las naciones sin Estado, deberían decir en qué parte de la Constitución federal alemana se contempla la famosa asimetría federal". Sería necesario analizar caso por caso los estados federales del mundo para saber si son o no asimétricos -nunca he oído la afirmación de que todos lo son ni la contraria-. Pero hay dos cuestiones que me parecen obvias y contrastables en nuestro propio Estado -ni conozco la Constitución Federal Alemana ni creo que haya que irse hasta allí para eso-. Primero, que no hace falta -ni siquiera- ser un estado federal para que se den asimetrías en la configuración territorial. La Constitución Española de 1978 es un claro ejemplo, cuando establece diferencias entre comunidades forales (Euskadi y Navarra) y el resto, o cuando prevé diferentes vías de acceso a la autonomía de nacionalidades y regiones a través de los artículos 151 y 143, respectivamente -aún cuando hoy en día esas diferencias se han diluido prácticamente por completo-. Segundo, que esas asimetrías en la configuración del Estado no tienen por qué suponer diferencias de derechos entre sus ciudadanos. Volviendo de nuevo a nuestra constitución, ésta consagra los mismos derechos fundamentales para todos los españoles, independientemente de la parte del territorio en que tengan su residencia.

Con todo, lo más llamativo del caso es esta otra afirmación de su artículo: "Cada vez que escucho a un socialista defender el plurinacionalismo español experimento la misma sensación que tendría un cristiano que, después de creer toda la vida en la existencia de un dios único y verdadero, el Papa de Roma le anunciara que todo era mentira y que ese dios no existe". O sea, que el compañero Juan Carlos se afilió al PSOE con unas creencias que ahora alguien pretende cambiarle, haciéndole caer en una crisis de identidad que se le hace difícil de llevar. Pero, ¿es esto cierto? ¿cuál era ese dios verdadero, en materia de organización territorial, que defendía el PSOE y que despertó la vocación en Juan Carlos Rodríguez Ibarra? 

Juan Carlos Rodríguez Ibarra se afilió al PSOE en junio de 1976. Como todos los que nos hemos afiliado, supongo que él lo hizo a la fuerza política con la que sentía una mayor coincidencia ideológica. A buen seguro, antes de coger su carnet de militante repasó aquello que el PSOE defendía por entonces, reflejado en las resoluciones de su último congreso -el famoso congreso de Suresnes de 1974-. He aquí lo sorprendente del asunto, pues en las resoluciones de este congreso, el PSOE defendía "el reconocimiento del derecho a la autodeterminación de todas las nacionalidades ibéricas" -lo que va bastante más allá de lo defendido actualmente-. ¿Lo sabía Juan Carlos cuando se afilió? Dudo que un postulado de semejante calibre le pasara desapercibido. ¿O se afilió, quizá, con intención de promover cambios en este aspecto? Tampoco lo parece, pues en las resoluciones del siguiente congreso -el XXVII, en diciembre de 1976, y en el que Juan Carlos participó-, aparte de mantener el compromiso con el derecho de autodeterminación, se decía que "El PSOE propugna la instauración de una República federal, integrada por todos los pueblos del Estado español". No solo el "manido" Estado Federal -como ahora lo llama-, encima en forma de República, casi nada.

Pese a todo, no parece que Juan Carlos Rodríguez Ibarra se encontrase incómodo en este PSOE. Sabemos que su desacuerdo con las resoluciones citadas -si es que lo hubo entonces- no le impidió concurrir a las elecciones generales de 1977 en las listas del PSOE y obtener un escaño por Badajoz. Hoy ridiculiza propuestas bastante más moderadas que las defendidas entonces como esos padres cincuentones y olvidadizos, diciendo que los jóvenes de ahora no saben de lo que hablan. Supongo que, como se suele decir, es ley de vida.