miércoles, 17 de noviembre de 2010

LA ESCUELA NO ES LO QUE ERA

Comienzo con éste lo que pretendo que sea una serie de entradas sobre la educación. Es el campo en el que desarrollo mi actividad profesional y quiero expresar algunas opiniones después de haberlas madurado. Debo advertir que me refiero a la Educación Secundaria, nivel en el que imparto mis clases.

La escuela secundaria, los institutos, obviamente, no son lo que eran. Una de las críticas recurrentes hacia el nuevo sistema educativo -el surgido con la LOGSE (1990)- es que el alumnado sale de él con un nivel de conocimientos muy inferior al que se conseguía en el antiguo sistema de EGB-BUP-COU. Esta idea, por sí sola, podría ser discutible. No obstante, dando esto por sentado, veamos cuáles son las causas de esa diferencia de nivel. 

Cualquiera que haya conocido el sistema anterior -aunque sólo sea como alumno- es consciente de que, efectivamente, el nivel de exigencia -en lo que a conocimientos se refiere- del nuevo sistema es sensiblemente inferior. Lógicamente, ésta es la primera causa de que el nivel de conocimientos adquiridos ahora sea más bajo: los alumnos "aprenden" menos cosas, porque se les "enseñan" menos cosas. Pero, ¿está justificada esta merma en la exigencia del sistema?

En el anterior sistema, la escolaridad obligatoria terminaba a los 14 años. Sin embargo, creo que todos los que estudiábamos entonces hemos sido testigos de casos de abandono escolar anterior, por lo general en torno a los 12 años. Cuando los alumnos iniciaban lo que entonces se llamaba "segunda etapa de EGB", se pasaba del único maestro de referencia a tener varios, se iniciaba el estudio del "idioma moderno" -en la terminología de la época-, y muchas veces el sistema de evaluación cambiaba, introduciéndose por primera vez los exámenes. Esto hacía que los tropezones académicos se multiplicasen, haciendo frecuente el abandono de alumnos y alumnas que se atascaban en 6º. Como consecuencia, el sistema -o por mejor decir su mal funcionamiento, como se verá después- dejaba salir a una parte del alumnado que parecía peor dotado para el estudio, suponiendo esto una criba considerable del alumnado que, poco después, se incorporaría a las "enseñanzas medias".

Obviamente, lo anterior no era en absoluto una virtud del sistema, sino un defecto. Que se permitiese -de hecho- el abandono de niños y niñas en edad de escolarización obligatoria es algo de lo que, en modo alguno, debemos sentirnos orgullosos. Pero es cierto que suponía un filtro que evitaba la llegada a la educación secundaria de los alumnos y alumnas con peor rendimiento.

El segundo filtro venía de la necesidad de obtener el título de Graduado Escolar para acceder al BUP. Otra vez, los alumnos que habían "sobrevivido" a la temida segunda etapa pasaban por la criba, y sólo los que habían llegado a 8º y habían salido airosos, estaban llamados a incorporarse a los Institutos de Bachillerato -los que no, tenían la opción de la desprestigiada FP-. 

Había un tercer filtro ejercido por las familias y los institutos -de manera diferente- y amparado por la administración. En aquella época no extrañaba que los adolescentes, aun habiendo obtenido el Graduado Escolar, dejasen de estudiar después del colegio. Normalmente, ocurría en familias en las que, o bien se necesitaba de la fuerza de trabajo del chico o chica por razones económicas, o no se valoraba la continuidad en el estudio por razones de cultura -o de incultura-, o ambas a la vez. La familia, por tanto, también colaboraba a filtrar el alumnado que llegaba al instituto y éste daba aun una vuelta de tuerca más: ante el cambio radical que suponía con respecto al colegio, eran muchos los jóvenes que volvían a atascarse en 1º ó 2º de BUP y abandonaban los estudios con 14 ó 15 años, sin que el centro educativo hiciese nada por rescatar a esos chicos del fracaso. 

¿De qué modo la administración amparaba estos filtros radicales? Probablemente el lector ya lo habrá apreciado. Buena parte de estos abandonos se producían en gente que salía del sistema antes de la edad legal en la que terminaba la escolaridad obligatoria. Otra parte abandonaba después de los 14 años, pero ¿adónde iba? La legislación laboral fijaba -como ahora- la edad mínima para trabajar en los 16 años. ¿Qué hacían estos jóvenes en ese intervalo de tiempo? Evidentemente, trabajar de forma irregular contando con la dejación de funciones o la connivencia de la administración.

Actualmente la situación es completamente distinta. Es prácticamente imposible que un alumno abandone la escuela antes de los 16 años, por mucho que le apetezca a él o a su familia. También es muy difícil que un joven empiece a trabajar antes de tener la edad legal para ello. ¿Cuál es la consecuencia? El sistema educativo absorbe, ahora sí, a todos los adolescentes hasta los 16 años: los buenos estudiantes, los menos buenos, los que revientan las clases, los que no quieren estar, ... Todos. Y a todos, por difícil que sea, debe ofrecer un horizonte digno. Por tanto, ante una realidad social que no es la que era, la escuela secundaria no debe ser la misma. Pero, sobre todo, no puede ser la misma.

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